miércoles, 16 de enero de 2008
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En el mundo rural está muy arraigada la idea de que en la herencia – la transmisión de bienes o caracteres de una generación a la siguiente- está el fundamento del progreso de los pueblos. Dos grandes descubrimientos biológicos realizados casi simultáneamente en el siglo XIX: la transmisión de los caracteres mediante la herencia, por Mendel, y la evolución de las especies, por Darwin, nos sirvieron para comprender el camino recorrido desde la aleta de un cetáceo hasta la mano de un homínido, pero lo que no podíamos entender con esos principios era que, mientras el paso evolutivo de nuestro cerebro, desde el de los reptiles (paleocerebro) hasta el neo-cortex de un Cro Magnon, dura aproximadamente 200 millones de años, entre el cerebro de este último y el de un hombre actual hay un salto evolutivo de tan sólo 50.000 años.
El primer tránsito (hominización) se podría explicar mediante mutaciones y su transmisión hereditaria, porque ese paso evolutivo tiene una razón biogenética; pero el segundo, (humanización) no se podía comprender con los anteriores principios científicos porque su ontogenia es al tipo sociológico (sociogénesis). La razón de que dicho proceso sea tan breve, comparado con el primer, se ha demostrado que está en la cultura. La capacidad neuronal del hombre primitivo es muy parecida a la del hombre actual, pero esa capacidad tiene una propiedad, y es que se exalta con la cultura: Los habitantes de Córdoba, en Pleno califato, no eran más inteligentes que la tribu de almorávides de África en la misma época.
La extraordinaria diferencia entre ambos pueblos no estaba en el cerebro, sino en la cultura, en el sistema de valores que eligieron para vivir. Los primeros adoptaron y asimilaron el pensamiento greco-romano, mientras que los segundos resolvían sus problemas técnicos y sociales mediante un modelo arcaico de cultura. La antropología ha determinado, de manera científica, que la evolución de un pueblo en el tiempo, su regreso o progreso, depende inexorablemente de la herencia, pero no tanto de la herencia genética (caracteres), ni de la de bienes (riqueza), sino, sobre todo, de la herencia cultural, es decir del sistema de valores que ese grupo de hombres establece y trasmite generación tras generación.
Desentrañar ese sistema de valores, identificarlos (solidaridad, amistad, fidelidad, agradecimiento, responsabilidad, libertad, paz, justicia…), establecer su jerarquía, su relación…, aplicarlos y trasmitirlos es el mejor procedimiento –quizá el único- para el progreso de un pueblo.
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